miércoles, 17 de febrero de 2016

CONSERVAS POTORRO: ¿PROVOCACIÓN O HUMOR?

La provocación como elemento publicitario es una herramienta comunicativa bastante polivalente y útil, pues permite posicionar de forma rápida y contundente una marca.

El “shock advertising” es una práctica bastante usada por publicistas y comunicadores para ganar la atención hacia sus productos de forma eficaz y conseguir notoriedad en poco tiempo, un hecho que se acentúa gracias a las nuevas tecnologías, capaces de viralizar los contenidos hasta límites insospechados.

Dice Florencia Bernhard en su artículo “Provocación y Publicidad” que si bien la publicidad convencional quiere persuadir al consumidor emocionándolo en lo bello, lo bueno y lo divertido, la publicidad provocativa es aquella que busca ser transgresora y obtener una reacción por parte del destinatario en base a ese traspasar los límites.

Este mismo fenómeno se da en la comunicación de marca. El marketing online, también conocido como e-marketing tiene como objetivo convencer al público para que compre nuestro productos o contrate nuestros servicios, y para ello, el primer paso consiste en generar y promover la notoriedad de la marca, darle visibilidad.

En términos operativos esta estrategia de marketing se llama branding, y para ser realmente efectivos hay quien no duda en recurrir a la provocación y a los dobles sentidos en el claro objetivo de conseguir popularidad en los medios sociales y que la marca.

Decía Oscar Wilde que “lo único peor a que hablen mal de ti es que no hablen de ti”, y esta máxima es la que parecen seguir numerosas empresas empeñadas en lograr la visibilidad a toda costa en un mercado cada vez más saturado de información.

La última en sumarse a la moda ha sido la empresa de conservas y productos gourmet Potorro, que nacida en las pasadas Navidades, juega con el doble sentido de la palabra “potorro”, que según la Real Academia de la Lengua Española es el salero o recipiente en el que se sirve la sal.

Haciendo gala de su lema “hecho con amor y humor”, la empresa ha revolucionado las redes sociales y se ha convertido en un fenómeno viral con su campaña “Siente el sabor de un buen Potorro en tu boca”. Prueba de ello es que la campaña ha logrado más de mil seguidores en Twitter y 2.000 retweets con un mensaje que además de a órgano genital femenino suena a campaña teaser y que anima a sus seguidores a que cambien su punto de vista (#CambiaTuPuntoDeVista). 



miércoles, 10 de febrero de 2016

De profesión: Villano de reality

Dicen las profesoras Gordillo y Ramírez que el último de los géneros en aparecer en el panorama audiovisual mediático ha supuesto una sucesión de convulsiones tan intensa, acelerada y turbulenta, que los investigadores del campo de la televisión han ido multiplicado las terminologías para los mismos conceptos. Hablan, claro está del reality show o tele- realidad, un género surgido en los albores del siglo XXI y que mezcla los dispositivos periodísticos con mecanismos del entretenimiento, la publicidad y los concursos.

Quizás sea el voyeur que todos llevamos dentro o la necesidad de acceder a la esfera de la intimidad y lo privado de otras personas donde resida el éxito de este tipo de programas que en apenas una década se han afianzado en los prime time de todas las cadenas. 

Lo cierto es que dramas, empatías, enfrentamientos y pactos se sitúan en el centro de esta realidad fingida y televisada las 24 horas que hace de la audiencia su mayor aliado. Pero para que la audiencia, gran soberana no se aburra es necesario seleccionar personajes que no sean planos, que no aburran y que den juego, y aquí es dónde la fingida realidad se mezcla con la puesta en escena.



Los responsables de casting se encargan de la búsqueda directa y de la recepción de candidaturas para los cientos de programas que pueblan las cadenas. Buscan un universo heterogéneo, un colectivo con diversos roles, desde muy activos hasta otros que aburran al espectador y, por supuesto, al villano.

Al igual que la estructura clásica de los cuentos, todo protagonista debe tener un antagonista y aunque muchos dirán que no es lo mismo, que el antagonista no siempre debe ser malvado, ya que su misión es la de oponerse al protagonista y sus ideales, lo cierto es que en el fragor del reality, ser la antítesis del protagonista le convierte automáticamente en villano de la historia. Y si no, a las pruebas me remito.

Gonzalo de Masterchef, que mantuvo rencillas con concursantes y miembros del jurado, y que fue “invitado a abandonar” el programa, Aida Nízar de Gran Hermano, expulsada por echar un vaso de agua a una compañera, o el inefable Risto Mejide, jurado de Operación Triunfo, protagonista de numerosos enfrentamientos con el presentador y expulsado por humillar a los concursantes, son solo algunos ejemplos de cómo un buen casting conduce al éxito de un programa.



Un buen casting contempla el hecho de que una persona con temperamento llevada a situaciones límites puede llegar a estallar, al tiempo que el aspirante de turno conoce que ser villano es bastante rentable, ya que gracias a este papel individuos anónimos se convierten en rostros de gran poder mediático que recorrerá los platos de su cadena polemizando con compañeros y todos aquellos que le pongan por delante para convertirse, ocasional o permanentemente, colaboradores en los programas del corazón, participando en montajes periodísticos o promoviendo escándalos de dudosa credibilidad. 

martes, 2 de febrero de 2016

Recuperemos palabras olvidadas en Twitter: #Hayquedecirlomas

Leo hoy en El Mundo un artículo que habla sobre  La tienda de palabras olvidadas, un proyecto que pretende recuperar términos en desuso a fin de enriquecer el vocabulario de los tuiteros. Por lo visto, la concisión en la escritura está provocando que de las 94.000 palabras que conforman nuestro diccionario, solo utilicemos unas 2.000, de forma que, en aras de la economía del idioma estamos cayendo en una extrema pobreza léxica.



Palabras como “picaflor” o “pantomima” fueron usadas menos de 300 veces en todo 2015 y ese abandono progresivo de la riqueza lingüística me recuerda un tema, en realidad, bastante viejo: que los medios sociales, esos que han contribuido a democratizar la información y que nos permiten comunicarnos de forma rápida y ágil, también están provocando que nuestro diálogo pase de lo meramente coloquial a lo deformado.

Con mil años de antigüedad, el español es un lenguaje rico y con un enorme potencial, por algo es el segundo idioma nativo más hablado del mundo, con casi 500 millones de personas; y el segundo en los negocios, por detrás del inglés. Sin embargo, la tiranía de los 140 caracteres nos obliga a usar frases cortas, palabras escuetas, y ese menos es mas está acabando con muchos términos habituales de nuestra lengua.

Eso por no hablar de cómo los usuarios trasgreden la normativa establecida del lenguaje, alterando las reglas de la semántica y la ortografía, así como disminuyendo la capacidad de realizar ensayos escritos de más de tres páginas.



Pobreza expresiva, discordancias gramaticales, ausencia de signos de puntuación, abreviaturas imposibles, abuso de mayúsculas y puntos suspensivos, son tan sólo algunas de las barbaridades que los profesores nos encontramos a diario en los trabajos de nuestros alumnos universitarios y que derivan de la incapacidad de adecuación a las distintas situaciones comunicativas.

La modernidad ha cambiado nuestra forma de escribir, nuevos signos y medias palabras forman un nuevo y rápido lenguaje, más impreciso, más pobre, por eso son buenas iniciativas como esta que apuestan por rescatar del olvido palabras como #batiburrillo, mezcla desordenada de cosas que no guardan relación entre sí, o #cachivache, cosa rota o inservible, palabras que siguen en uso, que dicen mucho con pocas letras y que merecen un sitio en el universo discursivo digital.